Apoteosis en tierras infinitas


No creo aguantar por mucho tiempo más estás torturas, mi familia me espera, mis hijas me esperan, tengo que resistir. ¿Hasta cuando seguirás sin juzgar a estos criminales? ¿Hasta cuando nos seguirán decapitando por decir la verdad? ¿Hasta cuando esta persecución?
Ven, por favor, ven ahora, vuelve por tu pueblo, ven!

–¿Cómo amaneció la “Mensajera” esta mañana? –dijo uno de mis captores con sorna.
–¿Preparado para una sesión de “Masajes”? –agregó burlonamente.
–Esto es fácil, tu sabes muy bien lo que tienes que hacer para que esto se acabe, «la marca» puede ser en la frente o en la mano derecha, tu eliges. Claro que también te debes postrar ante la «Bestia» –explicó con detalle el segundo de mis captores.
–Jamás lo haré, pueden arrancarme la piel a tiras pero nunca haré cosa semejante –contesté con firmeza.
–Perfecto, nosotros somos muy “Respetuosos” de tus decisiones, pues que comience la sesión de “Masajes” entonces –espetó a viva voz el verdugo.

La tortura comenzó, mi cuerpo estaba tan lastimado que el dolor penetraba hasta las entrañas. Voy a resistir, debo hacerlo. A cada latigazo contestaba con las más desesperante afirmación «Ven, vuelve, ven ya» mis captores no hacían otra cosas que reírse e intensificar la fuerza del azote acompañado de alusiones a «la marca».
Ya no sabia si era de día o de noche, lo único que quería era descansar, esta sesión de tortura de hoy había sido especialmente intensa, el sueño no se hizo esperar, me sumergí en el descanso pensando en mi hijas, con la ilusión de volver a ver a mi esposo al menos una vez más.

–Tenemos muy buenas noticias para ti «Mensajera» –gritó el verdugo despertándome repentinamente.
–Hoy es un día muy especial, te vas a encontrar con tu “Padre”, llegó la hora de la guillotina, el sufrimiento se acabó –continuó explicando con cinismo el mismo hombre.

No veía otra cosa que la tierra, barro mezclado con sangre, no podía contener el cúmulo de emociones que me invadían, deseos de ver a mi familia por ultima vez, deseos de que esta angustia acabe, deseos de estar con mi «Padre» por fin.

–¿Y tus palabras finales son? –dijo mi verdugo.
–Nunca la marca, nunca postrarme ante la bestia, están derrotados, su destino esta escrito, «Padre» allá voy! –grité con las pocas fuerzas que me quedaban.
–Pero que persistencia la de esta muchacha, creyendo esas falacias hasta el final –se rió el verdugo al mismo tiempo que soltaba la cuerda.

El golpe seco del filo de la hoja casi ni se sintió. En los segundos finales que me quedaban de vida solo pude ver una cosa, mi cabeza rodaba entre el barro y el cielo despejado, una imagen final no dejó ninguna duda que todo era verdad, los cielos se abrieron ante mis ojos, a lo lejos se veía una ciudad descomunal que brillaba como el jaspe, no se si la ciudad se acercaba a mi o era yo que surcaba los cielos a toda velocidad.

¿Cómo explicarlo? Esto realmente no tiene explicación, entre una sensación de irrealidad que al mismo tiempo era tan real, lo más real que haya sentido, mi cuerpo no era mi cuerpo, era un cuerpo nuevo, espiritual, estaba vestida con una túnica de lino fino blanco y limpio. La sensación de atemporalidad era magnífica, ya no estaba en el río del tiempo, la eternidad podía olerse en el aire. Comencé a caminar por un lago de cristal, al reflejarme en él pude ver en mi frente tres nombres grabados allí. La extensión de este lugar era incalculable, muy a lo lejos se veían una formas difusas, a medida que caminaba se iba aclarando la escena, estaba llegando a la sala de un palacio, de fondo se escuchaba un cántico nuevo, algo totalmente desconocido a mis oídos. Lo primero que vi flotando en el aire fueron dos olivos, por detrás habían siete candeleros, siete antorchas, siete trompetas, en el centro había un gran trono blanco, cincelados en cada apoya brazos estaban los símbolos del la letra alfa de un lado y la letra omega del otro. De un lado del trono había un libro, lo reconocí al instante, era el libro se la vida, del otro lado había otro gran libro, a los costados de cada libro había un árbol, el árbol de la vida, entendí. Sobre una mesa de cristal enfrente del trono habían una corona de oro y una pequeña piedra blanca. En el trono estaba sentado mi Padre, no habían dudas que era él, las marcas de sus manos y sus pies eran inconfundibles. Se paró del trono y fue directo hacia la mesa de cristal, tomo la corona, la piedrita y me dijo:

–Te estaba esperando hija, esto es para ti –se acerco y me colocó la corona.
–Papá, ya no podía esperar más por verte cara a cara –dije ansiosamente.
–Aquí está escrito tu nuevo nombre –me dijo dándome la pequeña piedra en la mano. Al instante me enjugó una lágrima que caía de uno de mis ojos. Luego me dio un abrazo.
–Era todo verdad, tal como lo escribiste, todo verdad. Vos me llevabas mientras veía a los «Hijos del Viento», vos me plantaste en la tierra cuando tenía que «Morir para vivir eternamente», vos tomaste todo mi ser para «Arrodillarme y pelear», la última vez que nos vimos fue en el «Jardín de lo imposible», vos me mostraste quien era mi futuro esposo y me dijiste que «Era él», todo era verdad vos estabas allí –dije emocionada.
El abrazo fue eterno.

Al parecer me había dormido, si algo así pudiera pasar en este lugar ¿Cuánto tiempo pasó, horas, días, meses, siglos? No lo sé, abrí los ojos y vi a mi Padre transfigurado, estaba vestido con una túnica que le llegaba hasta los pies y ceñido con una banda de oro a la altura del pecho. Su cabellera lucía como la lana blanca, como la nieve; y sus ojos resplandecían como llama de fuego. Sus pies parecían bronce al rojo vivo en un horno, y su voz era tan fuerte como el estruendo de una catarata. En su mano derecha tenía siete estrellas, y de su boca salía una aguda espada de dos filos. Su rostro era como el sol cuando brilla en todo su esplendor. Alrededor de él había una multitud de ángeles con sus espadas de luz desenvainadas, allí estaban todos, Miguel, Gabriel, Ragel, Rafaela, Ariel, todos.

–¿Qué está pasando? –dije asombrada.
–La hora llegó hija mía, es la hora del milenio, es la hora de las bodas del cordero, la gran cena está preparada, tengo que volver a buscar a mi novia –dijo mi Padre.
–¿Me harías el honor de acompañarme? –me preguntó expectante.
–Por su puesto, no me perdería esto por nada del mundo –dije emocionada.

Mi Padre se subió a un caballo blanco y fue ahí donde lo vi, en su manto y en su muslo, en letras de oro, estas palabras: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. La tropa angelical se puso en marcha, se escuchaban gritos de algarabía y de victoria. Cabalgábamos a toda potencia por los cielos, las nubes se abrían a nuestro paso, los ángeles blandían sus espadas de luz eufóricos sabiendo lo que estaba a punto de suceder, de pronto se abrió la última nube para dejar ante la vista de todos la tierra allí.
A mi espalda se escuchó una voz de mando, una voz como la de un arcángel, una voz parecida a una trompeta que se alzó hasta llegar hasta los últimos confines de la tierra y dijo: «¡Al que salga vencedor y sea fiel hasta el final le daré la corona de la vida!»

La tierra tembló, millones de hijos del viento salieron disparados hacia el cielo, hacia nuestro encuentro. La apoteosis llegó a su punto culminante cuando el Padre comenzó a brillar en toda su gloria y esplendor, el momento exacto, en el aire, donde se dio el encuentro más esperado de la toda la historia.

El espíritu y la novia dicen «¡Ven!» el que lea diga «¡Ven!»

© Espíritu Santo
Intérprete: Javier Arevalo
Facebook: Hijos del Viento

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